Los pequeños devoraron decenas de kilos de productos de snacks tras asaltar un camión averiado
Macario el Becario.
Casi cincuenta niños han sido ingresados esta tarde en el Hospital con síntomas evidentes de empacho tras haberse pegado un auténtico festín de chucherías. Un camión de reparto que transportaba dos toneladas de paquetes de snacks Matutano se detuvo averiado en las inmediaciones del Colegio Mayor Degrassi dejando al alcance de los pequeños su sabrosa y suculenta carga.
El conductor del vehículo, que hacía su recorrido para abastecer supermercados, grandes almacenes y tiendas de golosinas, salió ileso del 'ataque' de los glotones renacuajos. Cuando el pobre hombre echaba un vistazo al motor del camión, a la espera de la llegada de una grúa, sonó el timbre del recinto escolar. "También tiene mala suerte que fueran las 12 del mediodía", lamenta el empleado.
Los niños salieron corriendo a la calle y se toparon con el vehículo detenido y el chófer revolviendo bajo el capó, del que salía algo de humo. Pronto, comprendieron que el camión estaba a su merced, con un cargamento en su interior de lo más rico. Tras unos segundos de silencio, los pequeños comenzaron a acercarse a la 'presa'. Sin 'prisa' pero sin pausa. Parecían oler lo que había dentro del camión.
El encargado miró a la marabunta de niños que se le acercaba y, todavía no siendo consciente de lo que iba a pasar, preguntó en voz alta: "¿A dónde vais niños? ¿Qué queréis?"
De repente, un ruido ensordecedor atronó alrededor del camión. Eran los gritos de la masa infantil que comenzó a zarandear el camión ante la mirada atónita del conductor que, aterrado, tuvo que dar unos pasos atrás para no ser arrollado por la turba.
El vehículo de reparto terminó cediendo y cayó volcado desparramando toda su sabrosa carga por el suelo. Una montaña de patatas fritas, onduladas, tiras de maíz con sabor a barbacoa, pelotazos, triángulos, cortezas de trigo, patatas con sabor a jamón, patatas de lujo, conos de maíz... De todo. Y todo a merced de los pequeños, que parecían poseídos por una fuerza maligna que les empujaba a comer, a tragar... a devorar...
"Traté de defender la mercancía, pero era imposible", declara Manolón, el pobre chófer. "Cuando me acerqué a los pequeños para reprochar lo que estaban haciendo, varios me miraron con los ojos inyectados en sangre y rugiendo como fieras. No querían ser interrumpidos. Estaban comiéndose las bolsas como auténticos fieras. Tragaban sin apenas masticar", añade el transportista.