Su aeronave se estrelló cuando estaba a punto de concluir la vuelta al mundo en 80 minutos
Enviado espacial, disgustado y compungido.
Destrucción, devastación, horror, intriga y dolor de barriga. El estupor se ha apoderado esta tarde de quienes han presenciado, en riguroso directo, cómo el cohete con el que Willy Fog pretendía dar la vuelta al mundo en 80 minutos impactaba violentamente contra el suelo sin llegar si quiera a sacar los trenes de aterrizaje o dar un par de bocinazos. El aparato se ha desintegrado tras una descomunal explosión que ha provocado una inmensa bola de fuego y una columna de humo cerrado de color negro que ha alcanzado los tres kilómetros de altura.
“Mira que se lo dije. Mira que se lo dije. Ten cuidado, ten cuidado que te la juegas. Que el sistema de frenado y aterrizaje no está muy desarrollado. Pero nada. A cabezón no le ganaba nadie. Dijo que por sus cojones lo intentaba y ahora mira. León a la parrilla”. Así de expresivo hablaba el Doctor Emmet Brown, a pie de pista, mientras los equipos de rescate trataban de apagar con cubos de agua y mantas los minúsculos pedazos y fragmentos del artefacto siniestrado. Alrededor de un socavón de cinco metros de profundidad se desperdigaron, en un radio de acción de diez kilómetros, los restos del fuselaje. “El trozo más grande que hemos encontrado ha sido la palanca de cambios, un cacho del radiocasete y la junta de la trócola”, relata uno de los asistentes del Doctor Brown. “De la caja negra no se han encontrado ni las tuercas”, apostilla el fulano con mucho tacto.
¿Y Willy Fog? ¿Qué ha sido de sus restos? Gil Grissom, forense de CSI Las Vegas, acudió al lugar de la catástrofe nada más conocerse los hechos y comenzó a rastrear la zona. “Hemos encontrado unos minúsculos fragmentos de hueso. Por desgracia, puede que sea lo único que podamos enterrar de nuestro gran amigo Willy Fog”, declara Grissom, que ya está cotejando las pruebas de ADN para identificar los restos.
¿Por qué?
La hazaña había comenzado bien para Willy Fog, que como todos ya sabemos había protagonizado la primera vuelta al mundo en 80 días. Pero esta vez el reto era de aúpa. 80 minutos. En menos de lo que dura un partido de fútbol nuestro osado héroe póstumo pretendía dar una vuelta completa al globo terráqueo. “El despegue fue complicado y cuando el cohete empezó a desviarse un poco de la trayectoria inicial temimos que fuera a estallar. Pero el Sr. Fog controló bien la situación y enderezó el rumbo”, explica Emmet Brown, diseñador de la máquina voladora. “Luego, una vez completada la fase de despegue, Fog empezó a darle zapatilla al acelerador y el cacharro empezó a coger una velocidad de la hostia. Desde la NASA se nos quejaron porque, al parecer, casi les rozamos un satélite muy valioso y se lo echamos a la Tierra. A través de la radio, Willy nos dijo que el compartimento del piloto se estaba recalentando mucho, que el motor hacía un ruido muy raro, que el MP-3 no funcionaba y que estaba escuchando el ruido de tornillos cayendo al suelo en la parte trasera de su cabina”, añade Brown.
Era el principio del fin. Veinte minutos después de comenzar la travesía, la comunicación por radio se interrumpió. La webcam ubicada dentro del pequeño habitáculo del piloto mostró las últimas imágenes en las que se podía contemplar a un Willy Fog con la cara morada, llevándose las manos al cuello y haciendo signos evidentes de que no podía respirar. A continuación, la señal con el cohete se cortó y desde tierra no pudo hacerse más que contemplar por el radar la trayectoria de la aeronave.
Tal y como estaba previsto inicialmente, el cohete volvió al lugar de partida 79 minutos después, es decir, con un minuto de antelación, a una velocidad estratosférica de cientos de miles de kilómetros por hora “y sólo para darse la gran hostia”, como relata Rigodón hablando mal y pronto.
“Es una desgracia terrible. Los niños le querían. Le adoraban. ¿A quién van a admirar ahora, a la de San Blas?”, acertaba a decir entre sollozos el fiel amigo del aventurero. La compañera sentimental de Willy Fog, Romy, se desmayó presa del disgusto tras contemplar cómo la aeronave de su prometido se convertía en millones de esquirlas de metal fundido por el fuego y el calor. El pequeño Tico, pobrecillo él, suplicaba con rabia, dolor e impotencia la presencia de un médico que curase “al pobre Sr. Fog”.
En la redacción de Hay que estar al Loro ya hemos agotado todos los paquetes de pañuelos y clínex de los que disponíamos. Queremos hacer llegar a la familia y amigos de Willy Fog nuestras más sentidas condolencias y rogamos una oración por nuestro admirado trotamundos. Willy, allá donde estés, cuídate y recuerda que la esperanza es lo último que se pierde. Bueno, tú ya la has perdido. La esperanza y el forro. Pero queda bonito. ¿Qué no?
Enviado espacial, disgustado y compungido.
Destrucción, devastación, horror, intriga y dolor de barriga. El estupor se ha apoderado esta tarde de quienes han presenciado, en riguroso directo, cómo el cohete con el que Willy Fog pretendía dar la vuelta al mundo en 80 minutos impactaba violentamente contra el suelo sin llegar si quiera a sacar los trenes de aterrizaje o dar un par de bocinazos. El aparato se ha desintegrado tras una descomunal explosión que ha provocado una inmensa bola de fuego y una columna de humo cerrado de color negro que ha alcanzado los tres kilómetros de altura.
“Mira que se lo dije. Mira que se lo dije. Ten cuidado, ten cuidado que te la juegas. Que el sistema de frenado y aterrizaje no está muy desarrollado. Pero nada. A cabezón no le ganaba nadie. Dijo que por sus cojones lo intentaba y ahora mira. León a la parrilla”. Así de expresivo hablaba el Doctor Emmet Brown, a pie de pista, mientras los equipos de rescate trataban de apagar con cubos de agua y mantas los minúsculos pedazos y fragmentos del artefacto siniestrado. Alrededor de un socavón de cinco metros de profundidad se desperdigaron, en un radio de acción de diez kilómetros, los restos del fuselaje. “El trozo más grande que hemos encontrado ha sido la palanca de cambios, un cacho del radiocasete y la junta de la trócola”, relata uno de los asistentes del Doctor Brown. “De la caja negra no se han encontrado ni las tuercas”, apostilla el fulano con mucho tacto.
¿Y Willy Fog? ¿Qué ha sido de sus restos? Gil Grissom, forense de CSI Las Vegas, acudió al lugar de la catástrofe nada más conocerse los hechos y comenzó a rastrear la zona. “Hemos encontrado unos minúsculos fragmentos de hueso. Por desgracia, puede que sea lo único que podamos enterrar de nuestro gran amigo Willy Fog”, declara Grissom, que ya está cotejando las pruebas de ADN para identificar los restos.
¿Por qué?
La hazaña había comenzado bien para Willy Fog, que como todos ya sabemos había protagonizado la primera vuelta al mundo en 80 días. Pero esta vez el reto era de aúpa. 80 minutos. En menos de lo que dura un partido de fútbol nuestro osado héroe póstumo pretendía dar una vuelta completa al globo terráqueo. “El despegue fue complicado y cuando el cohete empezó a desviarse un poco de la trayectoria inicial temimos que fuera a estallar. Pero el Sr. Fog controló bien la situación y enderezó el rumbo”, explica Emmet Brown, diseñador de la máquina voladora. “Luego, una vez completada la fase de despegue, Fog empezó a darle zapatilla al acelerador y el cacharro empezó a coger una velocidad de la hostia. Desde la NASA se nos quejaron porque, al parecer, casi les rozamos un satélite muy valioso y se lo echamos a la Tierra. A través de la radio, Willy nos dijo que el compartimento del piloto se estaba recalentando mucho, que el motor hacía un ruido muy raro, que el MP-3 no funcionaba y que estaba escuchando el ruido de tornillos cayendo al suelo en la parte trasera de su cabina”, añade Brown.
Era el principio del fin. Veinte minutos después de comenzar la travesía, la comunicación por radio se interrumpió. La webcam ubicada dentro del pequeño habitáculo del piloto mostró las últimas imágenes en las que se podía contemplar a un Willy Fog con la cara morada, llevándose las manos al cuello y haciendo signos evidentes de que no podía respirar. A continuación, la señal con el cohete se cortó y desde tierra no pudo hacerse más que contemplar por el radar la trayectoria de la aeronave.
Tal y como estaba previsto inicialmente, el cohete volvió al lugar de partida 79 minutos después, es decir, con un minuto de antelación, a una velocidad estratosférica de cientos de miles de kilómetros por hora “y sólo para darse la gran hostia”, como relata Rigodón hablando mal y pronto.
“Es una desgracia terrible. Los niños le querían. Le adoraban. ¿A quién van a admirar ahora, a la de San Blas?”, acertaba a decir entre sollozos el fiel amigo del aventurero. La compañera sentimental de Willy Fog, Romy, se desmayó presa del disgusto tras contemplar cómo la aeronave de su prometido se convertía en millones de esquirlas de metal fundido por el fuego y el calor. El pequeño Tico, pobrecillo él, suplicaba con rabia, dolor e impotencia la presencia de un médico que curase “al pobre Sr. Fog”.
En la redacción de Hay que estar al Loro ya hemos agotado todos los paquetes de pañuelos y clínex de los que disponíamos. Queremos hacer llegar a la familia y amigos de Willy Fog nuestras más sentidas condolencias y rogamos una oración por nuestro admirado trotamundos. Willy, allá donde estés, cuídate y recuerda que la esperanza es lo último que se pierde. Bueno, tú ya la has perdido. La esperanza y el forro. Pero queda bonito. ¿Qué no?