Polos, flases y cucuruchos para combatir el calor estival
Macario el Becario.
Con el sol tostando nuestras cabezas y abrasando nuestras pieles hasta provocar graves quemaduras en la playa, es buen momento para refrescar la memoria de nuestros queridos lectores, si es que el calor nos lo permite, con los sabios consejos a seguir para no morir achicharrado. Agua, agua y agua. Es lo más sano. Y si no, ponerse hasta las cejas de polos y helados. Están buenos y ayudan a mitigar el calor. Este delicioso postre realizado con diversos ingredientes como la leche, frutas, huevos, azúcar (mucho azúcar) chocolate o nata, además de estabilizantes, edulcorantes, etc., es sin duda uno de esos elementos que nos recuerdan que aún estamos en periodo estival.
Esperamos que a lo largo de las pasadas semanas hayan engullido muchos helados, especialmente los más pequeños. Además de ser un alimento muy rico nos ayuda a inhabilitar los rigores del calor. Por algo estos productos han sido los preferidos de los mocosos a lo largo de muchos años. Basta echar una mirada nostálgica a los veranos de nuestra infancia para volver a recordar nombres míticos como los Colajet, el Twister, el Popeye, Calippo, Frigo Pie, Frigo Dedo, Negrito, el Pirulo (De ahí, suponemos, que proviene la frase de ‘chúpame el Pirulo’), etcétera, productos de heladería todos ellos que ponían a nuestra disposición empresas tan clásicas como Frigo, Camy, Avidesa o Miko.
Algunas de aquellas míticas marcas han pasado a mejor vida y otras siguen entre nosotros. Pero los logos de aquellas no se nos van de la cabeza. Te podías tirar media tarde mirando aquellos grandes cartones en los que aparecían las fotos de todos los helados disponibles con sus respectivos precios. Se colocaban a la puerta de la tienda de chucherías o en el interior junto al arcón frigorífico en el que se guardaban. Luego también estaban los puestos de helados que sólo abrían durante los meses veraniegos. Es decir, cuando la demanda lo requería realmente.
No es raro encontrarse en páginas de subastas como eBay o de anuncios tanto a vendedores como compradores de viejas reliquias relacionadas con el mundo de los helados como pegatinas y logotipos de estas marcas.
Sin embargo, echando la vista atrás, nos viene a la cabeza la opción más barata para saciar nuestra sed en verano. Y esa siempre fue la del flash. Probablemente su nombre proviene de la marca Burman Flash, aunque en los años 80 la marca más conocida era la de Pinguinfla. Los tamaños variaban según el precio. Había de cinco pesetas, diez y de quince. ¿Sabores? Naranja, fresa, limón, cola y lima limón. Lo habitual era chupar un trozo hasta que solo quedaba el hielo. Los más valientes se comían el hielo y el resto de los mortales tiraban el hielo insípido estampándolo contra el suelo. También se vendían sin congelar, en cuyo caso había que beber la rica disolución líquida que, en un congelador, se transformaba en flash.
Una variante del flash era la tarrina. El producto era prácticamente el mismo, pero lo que variaba era el envase. Un recipiente con forma de media naranja relleno con un hielo sólido con sabor que los críos zapaban y chupaban para refrescarse. Muy ricos. Como con el flash, también podías arrojar el hielo chupado cuando ya no había más jugo que extraer.
Pero, sin duda alguna, los reyes del verano eran los helados. No era la opción más económica, pero algunas veces uno podía permitirse un capricho. Nos referimos, claro está, a los auténticos helados de heladería, los de cucurucho y bola de helado. Los que se iban derritiendo con el calor y con los que corrías el peligro de pringarte la ropa. Lametazo a lametazo, suponen un placer para el paladar y para los dientes sensibles. Sobre todo para estos últimos. Y es que, amigos, incluso con los helados hay que tener precaución. Hay que estar al Loro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario