El aventurero ha pasado una semana desaparecido en la jungla tras saltar de la aeronave con la que pretendía dar la vuelta al mundo
Enviado espacial, extasiado y feliz como unas castañuelas.
Y al séptimo día se produjo el milagro. Willy Fog sigue entre nosotros, vivito y coleando. El mundo celebra la reaparición del intrépido aventurero una semana después de que se le diera por muerto tras el accidente que sufrió el cohete con el que estaba realizando su reto de dar la vuelta en 80 minutos. El aparato se estrelló a la hora de tomar tierra y se volatilizó en millones de fragmentos, por lo que todos pensábamos que Fog la había palmado. Pero no. Ahora sabemos que, como en la mítica película ‘Viven’, nuestro adorado personaje sobrevivió al viaje y a siete jornadas de penurias en la jungla asiática.
Los primeros indicios de que Willy Fog podía encontrarse todavía en el mundo de los vivos se registraron cuarenta y cinco minutos después de la tragedia. El forense Gil Grissom analizó los pequeños fragmentos de hueso que se localizaron en el lugar del impacto y comprobó que en realidad no se trataban de restos de Willy Fog. “Eran huesos de pollo. Concretamente, de las raciones de Mac Pollo que había llevado nuestro amigo para comer durante el trayecto”, explica el afamado perito de CSI Las Vegas.
Vale. No había trozos de Willy Fog en el lugar del cachiporrazo. ¿Qué pasó entonces? El propio protagonista de esta historia con final feliz ha relatado los pormenores de sus peripecias en una multitudinaria rueda de prensa que ha sido cubierta en exclusiva por Hay que estar al Loro… y otros ochenta medios de comunicación de diversa índole y procedencia.
“Nada más despegar ya supe que la cosa terminaría con una buena hostia. El Doctor Brown me había avisado de que el cohete no estaba del todo a punto. Pero mira, soy un aventurero, me gusta el riesgo y me la jugué. Pero vamos, cuando empecé a tocar botones y vi que la mitad de las cosas no funcionaban, comprendí que la situación no marchaba bien. El MP3 no funcionaba y no me sentía cómodo sin escuchar los viejos éxitos de Bertín Osborne. Luego comenzaron a caerse tuercas, tornillos… la de Dios. Para colmo, hacía un calor de tres pares de cojones. El sistema de oxígeno empezó a fallar y sentí que me ahogaba, así que tomé la decisión de saltar en paracaídas”, relata Willy Fog.
¿Dónde coño estoy?
Habían transcurrido aproximadamente 25 minutos desde el despegue cuando Fog activó el sistema de eyección y saltó del cohete, que siguió su camino con el piloto automático, para caer en paracaídas en algún lugar de Asia. “Allá, en el otro culo del mundo, estaba amaneciendo y yo caía desde el cielo anaranjado sigilosamente con el paracaídas, que empezó a rasgarse a unos cien metros del suelo. Se rompió. Caí a plomo sobre una vegetación muy espesa y me quedé enredado entre los árboles de una jungla inmensa y tenebrosa”, cuenta un Fog que afrontó la situación como lo haría cualquier aventurero profesional. “Soy un experto en supervivencia. Me entrenaron como a Rambo, para vivir de lo que da la tierra y comer cosas que harían vomitar a una cabra”, apostilla sin inmutarse.
Tras cortar las cuerdas del paracaídas con su cuchillo Ginsu, de los que venden en la Teletienda, Willy Fog puso sus patas en el suelo. Sus patas y su culo, que se pegó una buena torta. Pero vamos, que consiguió ponerse en pie. “Cogí los binoculares que llevaba en mi mochila de emergencia y oteé el horizonte para ver qué había. Observé una lagartija que se acercaba hacia mí. Intenté espantarla con unos movimientos de pierna, pero no se iba. Enseguida me di cuenta de que tenía los prismáticos al revés y que lo que tenía delante, en realidad, era un puto cocodrilo que se quería merendar mi pata. Lo cacé y me lo comí a la plancha”, puntualiza el ‘fiera’.
Nuestro afortunado león quiso dejar claro ante los medios que “sobrevivir en la selva es muy jodido”. Después de comerse al reptil y, mientras trataba de orientarse, un grupo de orangutanes en época de celo quisieron atrapar a Willy Fog para convertirlo en Willy Fuck. Mucho tuvo que correr para zafarse de los enormes y excitados macacos. “Eché patas a través del follaje mientras los gorilas me perseguían con no muy buenas intenciones. Tres días me costó darles esquinazo. ¡Qué hijos de puta! ¡No paraban de seguirme!”, exclama con rabia Fog, que no quiso entrar en detalles sobre cómo consiguió que los simios le dejaran en paz.
Abuelos algo despistados
La huida a través de la inhóspita jungla concluyó al cuarto día, cuando Willy Fog llegó a una playa y descubrió que se encontraba en lo que en un principio pensó que se trataba de una isla inhabitada. Inhabitada por humanos, porque bichos y orangutanes había unos cuantos. Pero no, no estaba solo en la isla. Ni mucho menos. Qué va, qué va. “Resulta que, de repente, aparecen de entre unos arbustos unos vejetes de rasgos orientales con espadas. Venían a mí corriendo y gruñendo”, rememora Fog. “¡Banzai, Banzai!”, gritaban los abuelos, que rodearon a Willy Fog con el claro propósito de ensartarlo con sus filos oxidados por el paso del tiempo. “Tú morir, puto yanqui, tú morir”, decía uno de ellos con un macarrónico inglés de dos cursos de ‘Muzzy’. A Fog le costó hacerles comprender que no era norteamericano, sino británico. Como respuesta, recibió un “tú morir, puto inglés, tú morir”.
Resultó que el grupo de vejestorios era un puñado de veteranos soldados japoneses que llevaban en el islote desde 1944 y a los que nadie había avisado de que la II Guerra Mundial concluyó hace 65 años. Willy Fog les contó que el país del Sol Naciente se rindió en 1945. “Me cago la puta. ¡Para qué les diría nada! Se pusieron a llorar… ¡y los pobrecillos querían hacerse el harakiri! ¡Lo que me costó convencerles de que no lo hicieran!, explica Fog.
Al sexto día, Willy Fog y sus nuevos compañeros orientales vislumbraron en el horizonte una embarcación. A través de señales de humo consiguieron contactar con su patrón, que amablemente accedió a recogerles y les prestó su radio para comunicarse con el mundo exterior. Nuestro protagonista, al que ya le habían enterrado con funerales de cuerpo no presente, por supuesto, y honores de Jefe de Estado, pudo hacer saber al resto del universo que seguía vivo. Pero no fue fácil. Su primera conversación fue digna de un diálogo de besugos.
- ¿Alguien me escucha? SOS, SOS, Mayday, Mayday. ¿Hay alguien a la escucha?
- Sí, le oímos. Aquí los Servicios de Rescate Marítimo. ¿Quién es usted?
- Soy Willy Fog apostador, que se juega con honor, la vuelta al mundo. Aventurero, gran señor, jugador y casi siempre ganador.
- ¿Pero qué dices? ¡Si Willy Fog está muerto!
- Que no, que no. Que estoy vivo. Que soy yo.
- Oiga, deje de ocupar la línea suplantando la identidad de un muerto. Un respeto para la familia, ¿eh? Cojones ya… pues vaya bromitas que se traen algunos.
- Que no, que no, que no es ninguna broma. ¡Que soy Willy Fog! ¡Que estoy vivo, joder!
- Pero vamos a ver. ¿Vas a saber tú más que los periodistas? ¡Que Willy Fog está muerto, que lo hemos leído en Hay que estar al Loro!
- ¡Pero qué loro ni qué hostias! ¡Que Willy Fog soy yo, y estoy vivo, cojones, que salté del cohete mientras daba la vuelta al mundo en ochenta minutos, y he caído en una puta isla que no sé ni dónde coño está. Sé que en el Pacífico, pero poco más.
- ¡Hostia! ¿De verdad que estás vivo? ¿Y estás en una isla del Pacífico?
- Sí, sí. Estoy aquí con unos abuelos japoneses muy majos. Me han querido matar y luego se han querido suicidar. Pero vamos, que ya se ha arreglado todo y estamos todos bien. Manden un helicóptero a recogernos, por favor.
Y así fue como los Servicios de Rescate Marítimo pudieron sacar Willy Fog y a sus acompañantes del islote. Nuestro intrépido protagonista regresó a casa, para satisfacción de Romy, Tico, Rigodón y todos sus compañeros, amigos, familiares y conocidos. Ahora, la duda que nos asalta es la siguiente. ¿Validarán los del Guinness la hazaña de Willy Fog? El cohete completó la vuelta al mundo en ochenta minutos antes de estrellarse. Pero claro, Willy Fog no iba dentro. Lo cual, por otra parte, ha sido una suerte, porque en caso contrario, Willy Fog estaría muerto. Pero no lo está. Willy Fog… ¡vive!
Enviado espacial, extasiado y feliz como unas castañuelas.
Y al séptimo día se produjo el milagro. Willy Fog sigue entre nosotros, vivito y coleando. El mundo celebra la reaparición del intrépido aventurero una semana después de que se le diera por muerto tras el accidente que sufrió el cohete con el que estaba realizando su reto de dar la vuelta en 80 minutos. El aparato se estrelló a la hora de tomar tierra y se volatilizó en millones de fragmentos, por lo que todos pensábamos que Fog la había palmado. Pero no. Ahora sabemos que, como en la mítica película ‘Viven’, nuestro adorado personaje sobrevivió al viaje y a siete jornadas de penurias en la jungla asiática.
Los primeros indicios de que Willy Fog podía encontrarse todavía en el mundo de los vivos se registraron cuarenta y cinco minutos después de la tragedia. El forense Gil Grissom analizó los pequeños fragmentos de hueso que se localizaron en el lugar del impacto y comprobó que en realidad no se trataban de restos de Willy Fog. “Eran huesos de pollo. Concretamente, de las raciones de Mac Pollo que había llevado nuestro amigo para comer durante el trayecto”, explica el afamado perito de CSI Las Vegas.
Vale. No había trozos de Willy Fog en el lugar del cachiporrazo. ¿Qué pasó entonces? El propio protagonista de esta historia con final feliz ha relatado los pormenores de sus peripecias en una multitudinaria rueda de prensa que ha sido cubierta en exclusiva por Hay que estar al Loro… y otros ochenta medios de comunicación de diversa índole y procedencia.
“Nada más despegar ya supe que la cosa terminaría con una buena hostia. El Doctor Brown me había avisado de que el cohete no estaba del todo a punto. Pero mira, soy un aventurero, me gusta el riesgo y me la jugué. Pero vamos, cuando empecé a tocar botones y vi que la mitad de las cosas no funcionaban, comprendí que la situación no marchaba bien. El MP3 no funcionaba y no me sentía cómodo sin escuchar los viejos éxitos de Bertín Osborne. Luego comenzaron a caerse tuercas, tornillos… la de Dios. Para colmo, hacía un calor de tres pares de cojones. El sistema de oxígeno empezó a fallar y sentí que me ahogaba, así que tomé la decisión de saltar en paracaídas”, relata Willy Fog.
¿Dónde coño estoy?
Habían transcurrido aproximadamente 25 minutos desde el despegue cuando Fog activó el sistema de eyección y saltó del cohete, que siguió su camino con el piloto automático, para caer en paracaídas en algún lugar de Asia. “Allá, en el otro culo del mundo, estaba amaneciendo y yo caía desde el cielo anaranjado sigilosamente con el paracaídas, que empezó a rasgarse a unos cien metros del suelo. Se rompió. Caí a plomo sobre una vegetación muy espesa y me quedé enredado entre los árboles de una jungla inmensa y tenebrosa”, cuenta un Fog que afrontó la situación como lo haría cualquier aventurero profesional. “Soy un experto en supervivencia. Me entrenaron como a Rambo, para vivir de lo que da la tierra y comer cosas que harían vomitar a una cabra”, apostilla sin inmutarse.
Tras cortar las cuerdas del paracaídas con su cuchillo Ginsu, de los que venden en la Teletienda, Willy Fog puso sus patas en el suelo. Sus patas y su culo, que se pegó una buena torta. Pero vamos, que consiguió ponerse en pie. “Cogí los binoculares que llevaba en mi mochila de emergencia y oteé el horizonte para ver qué había. Observé una lagartija que se acercaba hacia mí. Intenté espantarla con unos movimientos de pierna, pero no se iba. Enseguida me di cuenta de que tenía los prismáticos al revés y que lo que tenía delante, en realidad, era un puto cocodrilo que se quería merendar mi pata. Lo cacé y me lo comí a la plancha”, puntualiza el ‘fiera’.
Nuestro afortunado león quiso dejar claro ante los medios que “sobrevivir en la selva es muy jodido”. Después de comerse al reptil y, mientras trataba de orientarse, un grupo de orangutanes en época de celo quisieron atrapar a Willy Fog para convertirlo en Willy Fuck. Mucho tuvo que correr para zafarse de los enormes y excitados macacos. “Eché patas a través del follaje mientras los gorilas me perseguían con no muy buenas intenciones. Tres días me costó darles esquinazo. ¡Qué hijos de puta! ¡No paraban de seguirme!”, exclama con rabia Fog, que no quiso entrar en detalles sobre cómo consiguió que los simios le dejaran en paz.
Abuelos algo despistados
La huida a través de la inhóspita jungla concluyó al cuarto día, cuando Willy Fog llegó a una playa y descubrió que se encontraba en lo que en un principio pensó que se trataba de una isla inhabitada. Inhabitada por humanos, porque bichos y orangutanes había unos cuantos. Pero no, no estaba solo en la isla. Ni mucho menos. Qué va, qué va. “Resulta que, de repente, aparecen de entre unos arbustos unos vejetes de rasgos orientales con espadas. Venían a mí corriendo y gruñendo”, rememora Fog. “¡Banzai, Banzai!”, gritaban los abuelos, que rodearon a Willy Fog con el claro propósito de ensartarlo con sus filos oxidados por el paso del tiempo. “Tú morir, puto yanqui, tú morir”, decía uno de ellos con un macarrónico inglés de dos cursos de ‘Muzzy’. A Fog le costó hacerles comprender que no era norteamericano, sino británico. Como respuesta, recibió un “tú morir, puto inglés, tú morir”.
Resultó que el grupo de vejestorios era un puñado de veteranos soldados japoneses que llevaban en el islote desde 1944 y a los que nadie había avisado de que la II Guerra Mundial concluyó hace 65 años. Willy Fog les contó que el país del Sol Naciente se rindió en 1945. “Me cago la puta. ¡Para qué les diría nada! Se pusieron a llorar… ¡y los pobrecillos querían hacerse el harakiri! ¡Lo que me costó convencerles de que no lo hicieran!, explica Fog.
Al sexto día, Willy Fog y sus nuevos compañeros orientales vislumbraron en el horizonte una embarcación. A través de señales de humo consiguieron contactar con su patrón, que amablemente accedió a recogerles y les prestó su radio para comunicarse con el mundo exterior. Nuestro protagonista, al que ya le habían enterrado con funerales de cuerpo no presente, por supuesto, y honores de Jefe de Estado, pudo hacer saber al resto del universo que seguía vivo. Pero no fue fácil. Su primera conversación fue digna de un diálogo de besugos.
- ¿Alguien me escucha? SOS, SOS, Mayday, Mayday. ¿Hay alguien a la escucha?
- Sí, le oímos. Aquí los Servicios de Rescate Marítimo. ¿Quién es usted?
- Soy Willy Fog apostador, que se juega con honor, la vuelta al mundo. Aventurero, gran señor, jugador y casi siempre ganador.
- ¿Pero qué dices? ¡Si Willy Fog está muerto!
- Que no, que no. Que estoy vivo. Que soy yo.
- Oiga, deje de ocupar la línea suplantando la identidad de un muerto. Un respeto para la familia, ¿eh? Cojones ya… pues vaya bromitas que se traen algunos.
- Que no, que no, que no es ninguna broma. ¡Que soy Willy Fog! ¡Que estoy vivo, joder!
- Pero vamos a ver. ¿Vas a saber tú más que los periodistas? ¡Que Willy Fog está muerto, que lo hemos leído en Hay que estar al Loro!
- ¡Pero qué loro ni qué hostias! ¡Que Willy Fog soy yo, y estoy vivo, cojones, que salté del cohete mientras daba la vuelta al mundo en ochenta minutos, y he caído en una puta isla que no sé ni dónde coño está. Sé que en el Pacífico, pero poco más.
- ¡Hostia! ¿De verdad que estás vivo? ¿Y estás en una isla del Pacífico?
- Sí, sí. Estoy aquí con unos abuelos japoneses muy majos. Me han querido matar y luego se han querido suicidar. Pero vamos, que ya se ha arreglado todo y estamos todos bien. Manden un helicóptero a recogernos, por favor.
Y así fue como los Servicios de Rescate Marítimo pudieron sacar Willy Fog y a sus acompañantes del islote. Nuestro intrépido protagonista regresó a casa, para satisfacción de Romy, Tico, Rigodón y todos sus compañeros, amigos, familiares y conocidos. Ahora, la duda que nos asalta es la siguiente. ¿Validarán los del Guinness la hazaña de Willy Fog? El cohete completó la vuelta al mundo en ochenta minutos antes de estrellarse. Pero claro, Willy Fog no iba dentro. Lo cual, por otra parte, ha sido una suerte, porque en caso contrario, Willy Fog estaría muerto. Pero no lo está. Willy Fog… ¡vive!
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