sábado, 11 de septiembre de 2010

MEDIO CENTENAR DE NIÑOS HOSPITALIZADOS TRAS UN INFERNAL VIAJE DE EXCURSIÓN EN AUTOCAR

El conductor quiso escarmentar a los mocosos por su comportamiento gamberro a bordo

Macario el Becario.
Cerca de cincuenta alumnos de un colegio de primaria no podrán iniciar el curso escolar tras su ingreso urgente en diversos hospitales comarcales después de sufrir todo tipo de heridas y daños mentales en el transcurso de un viaje de excursión. Los niños, procedentes de un campamento de colonia, se disponían a realizar una salida para concluir el periodo de vacaciones estivales justo a las puertas de comenzar, el próximo lunes, con sus pertinentes jornadas lectivas. Según relatan los informes de la Policía Montada del Canadá, que investiga los hechos junto con la Guardia Civil y una Sección de Lanceros Bengalíes, lo que empezó como un viaje lúdico y festivo terminó convirtiéndose en un trayecto terrorífico con amotinamiento de la chavalería incluido.

El itinerario de la discordia se inició a las 9:00 horas de la mañana de hoy, cuando el medio centenar de alumnos partía en autocar de la Colonia Campamento Krasty en dirección al parque zoológico en el que se encuentra recluido Mofly, el último Koala. Al frente de la expedición se encontraba la tutora, Señorita Rottenmeier, que trataba de aplacar los ánimos de unos mocosos con los estómagos un tanto revueltos después de su copioso desayuno consistente en bacón, huevos fritos con chorizo, Frosties de Kellogs (poderosa energía), sandías, tostadas untadas de Tulipán con grasa de cacahuetes y galletas María Fontaneda con leche, mucha leche sin Cola Cao.

Viaje con nosotros
Una vez situados en sus respectivos asientos e iniciado el viaje, algunos niños ya empezaron a hacer de las suyas. Cuatro pequeños, que no se habían tomado la Biodramina, sufrieron los efectos del mareo y depositaron violentamente todo lo que habían desayunado en el interior de las correspondientes bolsas grises que se reparten en casos de emergencia. Automáticamente, algunos compañeros de los mareados pasaron a utilizar esas bolsas cargadas de vómitos como armas arrojadizas y lanzaron los malolientes artefactos por las ventanillas contra los coches que transitaban por la carretera de forma paralela al autobús, estallando contra los parabrisas de los utilitarios y desperdigando los apestosos vómitos a diestro y siniestro. La Señorita Rottenmeier trató de reprender a los pequeños vándalos, pero lo único que consiguió fue “azuzar un nido de avispas”, como ella misma ha confirmado a la redacción de Hay que estar al Loro.

Se sabe, a ciencia cierta, que los alumnos situados en los últimos asientos del autobús se liaron unos porros y quemaron la tapicería de dos butacas, además de arrojar chicles usados contra las cabezas de los empollones. Los gritos y los ánimos de “dar guerra” se extendieron a todo el pasaje que, siguiendo las viejas tradiciones escolares en caso de excursión, procedió a entonar los clásicos cánticos para tocar las narices al chofer. De esta forma, tras el archifamoso “hip, hip hurra, las chicas a la basura”, empezaron a canturrear la conocida “para ser conductor de primera, acelera, acelera”. El piloto, Otto Mann, no tuvo a bien seguir los consejos de los renacuajos y, tras levantarles el dedo corazón y dedicarles una peineta, exigió a la Señorita Rottenmeier que hiciese callar a los pequeños. Pero los peques contraatacaron con otro clásico: “El señor conductor no se ríeeee, no se ríeeee, no se ríeeeeeee. El señor conductor no se ríeeee, no se ríeeee el señor conductor”.

La cosa se fue torciendo cada vez más con el paso de los minutos al incrementarse el nivel de los cánticos. “Queremos ir a noventa, queremos ir a noventa, queremos ir a noventaaaaaaaaaa, y luego al hospital”. El conductor empezó a perder los estribos y mientras se desgañitaba pidiendo silencio los críos siguieron completando su cancioncilla. “Con un letrero que diga, con un letrero que diga, con un letrero que digaaaaaaaaaa, murió por animal”, canturrearon los niños. Otto Mann comenzó a insultar a los alumnos llamándoles “pequeñas sabandijas” y la Señorita Rottenmeier no fue capaz de evitar el cruce de acusaciones entre conductor y pasajeros. Los pequeños, sobrepasaron la raya y la delgada línea roja cuando iniciaron sus cánticos más feroces con el claramente ofensivo “el conductorrrrrrrrrrrrrrrrr, cabrón y maricón”.

“Aquello fue la gota que colmó el vaso”, ha reconocido el propio Otto Mann a las autoridades. Pese a estar acostumbrado a lidiar con pasajeros de la talla de Bart Simpson o Nelson Muntz, Otto no pudo soportar que tanto “baboso malcriado”, según sus propias palabras, se le subiera “a las barbas” y decidió que había que dar a los pequeños amotinados “una buena lección”.

Una ruta suicida
Según recoge el tacógrafo, Otto aceleró en una bajada del 20% hasta poner el viejo Pegaso en el que viajaban a más de 130 kilómetros por hora, es decir, cuarenta más de lo que pedían los niños en sus canciones y los suficientes como para enviarlos no ya al hospital, sino al cementerio más cercano sin necesidad de cavar tumba ni nada. Los impúberes dejaron las risas y el cachondeo al ser plenamente conscientes del peligro que corrían. Algunas niñas empezaron a chillar mientras otros, que no se habían colocado el cinturón de seguridad (básicamente porque el autobús, con más de treinta años de servicio, no cumplía con la reglamentación pertinente y carecía de las obligadas sujeciones), empezaron a estamparse contra los asientos que tenían delante.

La Señorita Rottenmeier, que se dio de morros contra la luna delantera antes de rebotar y caer contra el suelo, perdió varias piezas de su dentadura y recibió el impacto directo de un niño que salió despedido de su asiento. Otto Mann comenzó a realizar virguerías al volante haciendo gala de una ilimitada temeridad. Con el motor al máximo de revoluciones y sin bajar en ningún momento de los 120 KM/H, el autobús saltó la mediana y se metió en dirección contraria al sentido de la circulación. Los niños gritaban histéricos, absolutamente fuera de sí, cuando veían cómo su autobús kamikaze esquivaba los coches que circulaban en sentido contrario mediante bruscos volantazos que los hacían caer de sus asientos. En las curvas muy cerradas, el vehículo escolar se escoraba violentamente y se quedaba elevado a dos ruedas, de manera que los chicos sentados en el lado izquierdo caían a plomo estampándose sobre sus compañeros de la fila de asientos derechos y viceversa. El autobús atravesó a toda potencia todos los badenes que encontró a su paso haciendo saltar a los pequeños ocupantes hasta el techo, abriendo brechas y provocando coscorrones y chichones. El remate final llegó cuando el chofer, que había forzado el motor al límite otra vez en una cuesta abajo, pisó de forma brutal el pedal del freno para detener el bus en seco. Los alumnos que aún estaban medio sanos impactaron violentamente contra los asientos que les precedían y los que ya estaban machacados terminaron para el arrastre tras salir despedidos.

Cuando las asistencias sanitarias llegaron al punto kilométrico en el que el viejo Pegaso quedó inmovilizado, con las llantas abrasadas y el motor echando humo, se encontraron con un panorama desolador. Decenas de niños se encontraban tirados gimiendo y llorando entre paletos, colmillos, molares y premolares desperdigados por el suelo. Brechas, torceduras, raspones, hematomas, charcos de sangre, charcos de vómitos, charcos de orina de los más cobardicas… La Señorita Rottenmeier fue de las peor paradas. Además de necesitar una reparación urgente de quijada, sufrió tres roturas de huesos provocadas por los golpes de niños que salían volando de sus asientos. Todos los chiquillos tuvieron que ser atendidos e ingresados, muchos de ellos con claros síntomas de stress postraumático “que les dejarán secuelas mentales de por vida”, según el Dr. Hannibal Lecter. Los psicólogos aseguran que "ninguno de estos rapaces podrá volver a subirse siquiera a un patinete sin recordar lo que les ha pasado". Una experiencia que les marcará de por vida.

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